Las hermanas Macaluso, sin fronteras

A lo largo de sus diálogos aparecen las nostalgias y ensoñaciones de las siete, y las ausencias suspendidas en cada una de ellas.
A lo largo de sus diálogos aparecen las nostalgias y ensoñaciones de las siete, y las ausencias suspendidas en cada una de ellas.

Reportero: Óscar Esponiza

En el mundo de las hermanas Macaluso no hay frontera entre los vivos y los muertos. Las siete hermanas son distintas entre ellas, pero tienen en común los recuerdos de su infancia.

Una actuación  conmovedora fue lo que la Compañía Sud Costa Occidentale trajo desde Italia a la edición 44 del Festival Internacional Cervantino con la obra ‘Las hermanas Macaluso’, bajo la dirección de Emma Dante.

En el Teatro Cervantes, un escenario oscuro, con cinco escudos, como tumbas, reciben al espectador. El espacio se rompe con el movimiento de un cuerpo que, desgarradoramente no puede mantenerse completamente de pie al danzar y cae vencido recurrentemente.

Esto da pie a cuerpos que aparecen marchando en una singular procesión para acompañarlo. Cantan, ríen, charlan y durante más de una hora, despliegan su universo familiar donde el amor, el odio, la solidaridad, los rencores, las envidias, la alegría y la tristeza, se mezclan, creando un mundo onírico, en el cual la frontera entre la vida y la muerte es imperceptible, y la sutileza del lenguaje que emana esos cuerpos y esas voces potentes crean una atmósfera que envuelve y abate al espectador.

Las siete hermanas Macaluso se enfrentan al público, al que miran directo a los ojos creando un cosquilleo que enchina la piel. Se aman y se odian, como todas las familias, se burlan y se apapachan, se recriminan y se consuelan, pero también evocan a sus muertos y hablan con ellos.

Es la fábula de Rulfo, tan adentrada en nosotros, la que se vive en esta puesta en escena. Y sin ningún apoyo escenográfico, sólo con un manejo de luz impecable y un cuerpo actoral que llena el espacio, transportan de la playa al camposanto, de la intimidad del hogar a la desesperación de ser expulsadas de él, y ostentan la gloria y el orgullo de tener un padre y una madre que se aman o un hijo admirable.

No hay duelo de actuaciones entre las actrices y actores, solo una fusión que crea un cuerpo consistente en el que cada pieza embona con la otra sin hacerse ruido y se engrandece a la vez, como la tarantella, cantada a capela por ellas como himno familiar, que es una evocación dolorosa del pasado y, paradójicamente, alegría del presente.

La actriz Daniela Macaluso, quien lleva el mismo apellido que su personaje, considera que la obra es “una saga familiar que tiene algo de mitológico en el sur de Italia y que se puede encontrar en todo el mundo, particularmente en los países de América Latina”. ¿O acaso no damos de comer a nuestros muertos calaveritas de azúcar?