Reportero: Óscar Espinoza
Un inmenso cerco ahorca de hambre al pueblo de Numancia. De un lado está el ejército romano, dirigido por Escipión con la misión de domar a los “rebeldes bárbaros hispanos”, en medio de las guerras celtíberas hacia el año 134 Antes de Cristo. Del otro está un pueblo libre que resiste con su último aliento la conquista extranjera. Dos mensajeros de Numancia llevan la palabra colectiva de su pueblo para lograr una tregua con los romanos. Escipión se burla de ellos y la guerra continúa.
Así comienza la primera jornada de ‘El cerco de Numancia’, obra de Miguel de Cervantes de Saavedra que la Compañía Nacional de Teatro estrenó el pasado 5 de octubre en el XLIV Festival Internacional Cervantino bajo la dirección de Juan Carrillo.
Los actores, que interpretan casi con exactitud los versos de Cervantes, toman fuerza con los elementos escenográficos y de iluminación extraordinaria a cargo de Jesús Hernández y con la musicalización de Juan Pablo Villa. Este mundo numantino está creado en tonos blancos, grisáceos, donde la tierra es el elemento simbólico y de la muerte, ¿o de la vida?
Como su último recurso de defensa ante el ejército romano, los hombres de Numancia optan por salir al combate. Saben que van hacia la muerte, pero piensan que es su última reserva de dignidad. Las mujeres salen a detenerlos: “¿Qué pensáis, varones claros? ¿Revolvéis aún todavía en la triste fantasía de dejarnos y ausentaros? ¿Queréis dejar, por ventura, a la romana arrogancia las vírgenes de Numancia para mayor desventura y a los libres hijos vuestros queréis esclavos dejadlos?”.
Entonces comienzan a pensar la muerte colectiva para impedir convertirse en esclavos de los romanos. El cerco comienza a hacer efecto y el hambre abate poco a poco a los numantinos.
Un niño se acerca a su madre, le ruega un pan, ella carga a otro niño en brazos, no tiene dónde conseguir bocado para sus hijos. Pum. El pequeño muere de inanición, se le desvanece en cenizas, le sigue el hijo mayor y así mueren poco a poco las familias numantinas hasta que el pueblo completo se extinguió.
Los romanos buscan a algún sobreviviente, porque sin éste no hay victoria: “No llevarán romanos la victoria de la fuerte Numancia, ni ella menos tendrá del enemigo triunfo o gloria”. Los muertos se levantan y entonan los cantos cardenche: “Escuchen a la muerte, que es su voz la que rige, su voz suena y dulce, sobre el mundo se para. Escuchen a la muerte y a su pesado llanto”.
¿Cuántos pueblos han optado por la muerte como un acto sublime de resistencia? ¿Cuántos Numancia resisten hoy la guerra de conquista de sus territorios? A eso se refiere Luis de Tavira, el director de la Compañía Nacional de Teatro, cuando dice que Cervantes plantea el conseguir la victoria en la derrota, porque la victoria está en el plano ético y no en el militar.
Para De Tavira, ‘Numancia’ es un texto vigente, a pesar de que se basa en hechos que sucedieron hace más de dos mil años. La disputa por el territorio ha sido la historia de la humanidad, donde los que se oponen a la destrucción son calificados como bárbaros incivilizados, y no los que asesinan y conquistan. “Es una poderosa tragedia. Goethe la calificaba como la pieza maestra del renacimiento. Es la tragedia de los vencidos. El teatro es un arte vivo. Y seguimos haciendo teatro rodeados de tanta barbarie” dijo el director.